¿Debemos tratar de convertir a otros?

por Herbert W. Armstrong

Ha intentado usted alguna vez convencer a otros de que lean La Pura Verdad o uno de nuestros folletos? ¿Quizá a su esposo, su esposa, algún miembro de la familia o a un amigo?

¿Ha tratado de convertir a otros, o “salvarlos” como muchos dirían? ¿Ha empezado a “predicarles”?

En caso afirmativo, probablemente ha suscitado controversias y antagonismos. Quizá ha perdido a su amigo o aun a su cónyuge.

Pero si no lo ha hecho… ¡no lo intente!

Sé que muchos de nuestros lectores, millares de los que leen La Pura Verdad, han llegado a aceptar la verdad de Dios. Han aprendido a amarla tal como nuestro Creador la revela y como nosotros la presentamos con toda claridad. Para tales personas, la verdad se convierte en lo más preciado de la vida. Es algo que emociona, que nos llena de fervor y entusiasmo.

Antes éramos egocéntricos como todo inconverso. Pero ahora tenemos la mente puesta en Dios. Ahora no nos ocupamos exclusivamente del yo sino que nos interesan y preocupan los demás, especialmente nuestros parientes y amigos más cercanos. Queremos compartir esta maravillosa verdad con ellos. Queremos que ellos hereden la vida eterna en el reino de Dios/Queremos salvarlos de la muerte.

Tales motivaciones son ciertamente bien intencionadas. El entusiasmo es muy bueno. Pero quizá usted se parezca en esto a cierta señora que, con más fervor que sabiduría, trató de “salvar” a su esposo e hijo adolescente convenciéndolos con palabras. Pero todo ¡o que logró fue crear hostilidad. resentimiento y amargura contra Dios. Luego trató de salvar a sus vecinas… a casi todo el pueblo, y todos se voltearon contra ella.

Algunos dirán: “¿No dijo Jesús que somos la luz del mundo y que nuestra luz debe alumbrar?”

¡Desde luego que sí! Pero, ¿cómo es que debe alumbrar nuestra luz? “Vosotros sois la luz del mundo… Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras…” (Mateo 5:14, 16). Tomemos nota de esto. No dice: “para que escuchen vuestras razones” sino “para que vean vuestras buenas obras”.

Ahora bien, reflexionemos un momento.

¿Acaso esto significa que jamás debemos mencionar ni permitir que nadie vea la revista La Pura Verdad? No, de ninguna manera. Pero debemos hacerlo con prudencia. Mencionar la revista a un amigo y comentar que tai vez le podría interesar, es una actitud prudente. Conviene hacerlo. ¡Pero no hay que exagerar! No hay que instar, discutir ni tratar de inculcarle religión a nadie.

Nuestra revista La Pura Verdad explica y aclara el verdadero significado de las noticias, y presenta las noticias del mundo de mañana antes que éstas sucedan. Quizá muchos de nuestros amigos se interesen por las noticias mundiales pero no por la religión.

Queremos que todo el mundo escuche la buena nueva. Es por eso que en La Pura Verdad tratamos temas que interesan a la gente. Afrontamos aquellas dudas, aquellos problemas y situaciones, y aquellos temas que se tratan en otros noticiarios y que atraen a millones.

Pero estos temas que en sí captan el interés de muchos resultan mucho más interesantes en nuestras publicaciones porque nosotros les inyectamos vida, chispa y significado acudiendo a material bíblico que sorprende enormemente, que sin religiosidad fingida presenta con autoridad y sentido práctico las asombrosas respuestas a tantas preguntas, problemas y acontecimientos inquietantes de nuestros días. De esta manera abrimos los ojos del público para que vea las verdaderas respuestas a los problemas aparentemente insolubles que azotan a los gobiernos, la ciencia y al ser humano en general.

La gente se entera con sorpresa de que tales respuestas están en la Biblia. Los educadores están diciendo que no hay respuestas, que no hay soluciones. Pero la gente ve las respuestas que nosotros presentamos y comprende que son racionales. Le asombra saber que la Biblia es un libro de actualidad, que habla de las condiciones, las noticias y los problemas de hoy.

También es importante la manera en que todo esto se presenta: como un análisis profesional de las noticias, como un documental bien hecho.

Si usted, pues, desea que más personas lean nuestra revista, puede decirles que se trata de una publicación noticiosa, educativa y de INTERÉS HUMANO.

Les prestaría un gran servicio a muchos de sus amigos dejándoles ver su ejemplar de La Pura Verdad. Mas NO HAY QUE INSTAR I OS a que la lean. No hay que discutir ni tratar de convencerlos. Si no les interesa, lo mejor es cambiar el tema de la conversación. Pero si se muestran interesados, puede decirles que ya hay una suscripción gratuita para ellos, que ya está pagada y que no les cuesta nada. En seguida conviene mostrarles la dirección que aparece en la revista para que la puedan solicitar.

Debemos pretender que nuestra luz alumbre mediante nuestras buenas acciones… que la gente vea nuestras buenas obras y no que escuche nuestros argumentos.

Debemos pretender que nuestra luz alumbre mediante nuestras buenas acciones. Hace muchos años aprendí esta lección de permitir que la gente vea nuestras buenas obras y no que escuche nuestros argumentos.

No cometa este error

El año de 1927 fue un año clave en mi vida.

Cuando tragué la pastilla más amarga de la rebelión y me entregué al Dios Todopoderoso por fe en Jesucristo, para obedecerle a El, el camino cristiano, nuevo para mí, se convirtió en la experiencia más maravillosa y feliz de mí vida. El estudio de la Biblia se tornó en una pasión a la que me lancé con fervor inaudito.

Pasaba días enteros en la biblioteca pública estudiando, aun después de haberme entregado a la verdad luego de seis meses de estudio cuyo propósito inicial había sido poner fin al “fanatismo” religioso de mi esposa.

Ahora el estudio intensivo no era motivado por rabia contra ella ni por el empeño de imponer mis ideas. Ahora era un estudio lleno de entusiasmo, con ansias de aprender, que me emocionaba profundamente cada vez que descubría alguna “luz” espiritual o una nueva verdad bíblica.

Entonces me vino la obsesión de “salvar” a nuestros parientes. Con las mejores intenciones del mundo emprendí una campaña vigorosa. Para mí, se trataba de un deseo intenso de amar a los demás y compartir con ellos las maravillas y las glorias de la salvación y de los conocimientos bíblicos. Mas para nuestros seres queridos era un esfuerzo impuesto para “obligarlos a tragar nuestra religión absurda”.

Tuve un éxito aparente en mis intentos por convencer a una cuñada. Más tarde, sin embargo, supe que había sido un “éxito” falso. Fue bautizada más o menos al mismo tiempo que yo, pero no había transcurrido mucho tiempo cuando ella lo abandonó todo. Le había sucedido lo que a muchos cuando un vendedor convincente les obliga a aceptar algo que en el fondo no desean.

Comprendí que, si bien me había considerado un buen vendedor en el mundo de los negocios, era totalmente incapaz de convencer a otros de mí religión. Todos mis esfuerzos en este sentido acabaron por despertar hostilidad. Decían que yo estaba “loco”.

Este es un error universal que cometen casi todos los recién convertidos, especialmente cuando un cónyuge se entrega a la verdad de Dios y el otro no.

Esta fue la causa de que, allá en los años 20, nuestro matrimonio llegara casi a desbaratarse, si bien mi esposa no trató de inyectar sus convicciones religiosas en mí. En nuestro caso el matrimonio se salvó sólo porque acepté el reto de estudiar el asunto por mi cuenta, pues confié en que podría demostrar el error de ella. Empero, la mayor parte de los cónyuges se niegan a hacer tal estudio. La mayor parte de los inconversos prefieren desbaratar el hogar, especialmente si el otro trata de convencerlos con argumentos.

Han transcurrido más de 50 años desde mi conversión, años en que he visto decenas y veintenas de matrimonios arruinados porque el cónyuge recién convertido quiso convencer al otro de que aceptara sus convicciones religiosas. Son muy pocos los casos, por no decir ninguno, en que el esposo o esposa inconverso ha cedido a tales argumentos.

De todas las cosas malas y nocivas que puede cometer un cristiano convertido, la peor de todas es tratar de convencer al esposo o a la esposa de que acepte su religión. Yo les ruego a nuestros lectores que jamás cometan tan trágico error. Si aman a su esposo o esposa, ¡no ¡o hagan! Si aman a su Salvador que murió por nosotros y que ahora vive por nosotros, ¡no lo hagan!

Recuerden estos pasajes: “Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere” (Juan 6:44, 65). Y también: “No penséis que he venido para traer paz a la tierra; no he venido para traer paz, sino espada. Porque he venido para poner en disensión al hombre contra su padre, a la hija contra su madre … y los enemigos del hombre serán los de su casa. El que ama a padre o madre [o a esposo o esposa] más que a mí, no es digno de mí… Y el que no toma su cruz y sigue en pos de mí, no es digno de mí” (Mateo 10:34-38; Lucas 12:51- 52).

Dios hizo de cada ser humano un individuo con libre albedrío. ¡Gracias a Dios! Pues nadie tiene poder para forzarnos a aceptar una religión que no deseamos.

Cada individuo toma su propia decisión. La diferencia religiosa entre cónyuges es un obstáculo grave. Si ya existen tales diferencias, no las empeoremos hablando de religión. Hablemos con Dios en oración. Dejemos que el cónyuge vea nuestro modo de vida alegre, agradable, lleno de gozo y felicidad; pero no le hagamos escuchar nuestros argumentos ni instancias. Dejémosle en libertad absoluta en cuanto a la religión para que decida por su cuenta si desea ser convertido o no, si desea ser religioso, irreligioso o ateo.

En mi carrera como publicista, uno de los primeros principios que aprendí fue que no debemos irritar a quienes pretendemos persuadir.

Me alegro de haber aprendido esta lección pronto. He tenido que mantener vínculos de trabajo con muchas personas desde que me dediqué a la obra de Dios. Jamás trato de convencer a nadie de que acepte una verdad bíblica ni de que se convierta. Nosotros vamos al mundo por transmisiones radiofónicas y por Ja palabra impresa. Cada cual es libre para leer o escuchar, para apagar la radio o poner la revista a un lado.

Nunca tratamos de obligar a alguien a que acepte la preciosa verdad de Dios. ¡Esta es la manera de Dios!

¿Cómo era que el apóstol Pablo ganaba personas para Cristo? No como muchos tratan de hacerlo hoy. El mismo afirmó: “A todos me he hecho de todo, para que de todos modos salve a algunos” (1 Corintios 9:22). Cuando hablaba con un judío inconverso, ¿acaso se dirigía a él como algún cristiano empeñado en hacerse pasar por “testigo de Cristo”? ¿Acaso le decía al judío inconverso: “¿Ha recibido usted a Cristo como su Salvador personal? Yo le ruego, querido hermano, que se ponga de rodillas aquí conmigo y que entregue su corazón al Señor”?

O bien, ¿acaso le decía: “Mire usted, amigo pecador judío. Le advierto que va derecho a! infierno. Su religión está totalmente equivocada. Cada día que usted rechaza a Cristo como su Salvador, lo está crucificando de nuevo. Es peor que un ladrón o un homicida y estaré detrás de usted persiguiéndolo con mis argumentos hasta que los meta a la fuerza en esa cabeza dura y rebelde, y hasta que lo obligue a hacerse cristiano”?

No, así no fue como Pablo habló con los judíos inconversos. Por el contrario, él dijo: “Me he hecho a los judíos como judío” (I Corintios 9:20, 22). Pablo hablaba con los demás ¡desde el punto de vista de ellos! Hablaba con un judío exactamente como le hablaría otro judío, desde el punto de vista judío, mostrando que se identificaba y comprendía la manera como los judíos miraban el cristianismo. Para ellos, la idea de que Jesús fuese el Mesías prometido resultaba bastante inaceptable. Pablo no despertaba su hostilidad sino que la hacía deponer. Se situaba, por así decirlo, de parte de ellos para que simpatizaran con él y no fueran hostiles. Se hizo como judío “para ganar a los judíos”. Y aun así, ganó sólo a una pequeña minoría… si bien numéricamente eran muchos.

Por ejemplo, quizá usted, lector, ha llegado a comprender que el pecado es transgresión de la ley de Dios. La mayoría de los llamados cristianos han aprendido y creen sinceramente que la ley ha sido abrogada. Pablo escribió, bajo inspiración, que la mente carnal es enemistad contra Dios y contra su ley “porque no se sujeta a la ley de Dios, ni tampoco puede” (Romanos 8:7). Si usted tiene un cónyuge inconverso, hostil a la ley de Dios, y le dice que es un pecador rebelde, que su iglesia es una de tantas iglesias mundanas y falsas que existen, y que debe arrepentirse y obedecer los mandamientos de Dios para ser salvo, no sólo despertará su hostilidad sino que también usted mismo habrá sido hostil y probablemente habrá perjudicado la unión matrimonial.

¿Cómo hablaba Pablo con tales personas? “Me he hecho a los judíos como judío, para ganar a los judíos… Me he hecho débil a los débiles, para ganar a los débiles; a todos me he hecho de todo, para que de todos modos salve a algunos” (1 Corintios 9:20-22).

Al principio de mi carrera como publicista, uno de los primeros principios que aprendí fue que debemos comenzar por enterarnos de la actitud que el público tiene hacia el producto o servicio que le. ofrecemos. No hay que irritar a quienes pretendemos persuadir.

Para no provocar su hostilidad, debemos hablarle desde el punto de vista de ellos, no desde el nuestro, especialmente si los dos son contrarios. Si queremos traer al público a nuestro punto de vista, debemos empezar por acercarnos a ellos considerando su punto de vista.

Sé que estas palabras se dirigen a muchísimos que han cometido este error y por eso he dedicado tanto espacio al tema.

Si usted, lector, cree la verdad de Dios pero su cónyuge no, lo mejor es que se abstenga de hablar de religión. Si su cónyuge normalmente piensa y habla sólo de cosas materiales y mundanas, usted debe hablarle de lo mismo. Sí nuestra literatura se ha convertido en motivo de disensión entre los dos, léala a solas, con discreción. ¡Haga todo lo posible por no despertar la enemistad de su cónyuge!

Y nuevamente, cuando desee hablar del asunto, hable con Dios en oración. Que su esposo o esposa vea sus buenas obras de una manera que gane su aprobación. Evite toda hostilidad. Sea agradable. Manténgase de buen humor. ¡Sea feliz! Irradie alegría, dé amor y cálido afecto. Haga todo lo que pueda para que su esposo o esposa lo quiera. ¡Ese es el camino cristiano!

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